27 de septiembre de 2008

Catequesis
Dar y entregarse con alegría y generosidad


Hay más felicidad en dar que en el recibir


Hechos 20, 35


Den pero no de mala gana ni forzados porque Dios ama solo al que da con alegría


2º Corintios 9, 7


De esto se trata hoy nuestra catequesis. De la felicidad y alegría que hay en el encuentro que surge del encuentro a partir de la apertura de nuestro corazón que se pone en disposición de ofrenda. Es la llamada de Dios a ser generosos, a compartir lo que tenemos pero mucho más lo que somos. A veces no podemos ver la verdad de aquello que decía San Francisco de Asís: es dando como se recibe.


Hoy queremos justamente abrir un espacio para encontrar en lo más hondo de nuestro corazón todas las fuerzas y posibilidades, todas las potencias que están escondidas en nosotros y que no terminan de liberarse para sacarnos de nosotros mismos y ponernos en clave de Dios. En Dios todo es dar, todo es darse y recibir. En el darse está la recepción de lo mejor que podemos recibir. En lugar de despojarnos cuando damos nos enriquecemos.


En lugar de vaciarnos nos vamos llenando de una riqueza superior que no se ve con los ojos del cuerpo. Con claridad lo acabamos de proclamar recién en la Palabra. Hay más felicidad en el dar que en el recibir pero esto nos hace felices solo cuando aprendemos a dar no de cualquier manera sino con generosidad, con sinceridad, con alegría. El corazón se llena de fuerza cuando uno da pero no de mala gana como compartíamos recién también en la Palabra ni forzados porque Dios ama al que da con verdadero corazón alegre. El camino de la felicidad está en saber salir de si mismo.


La fuerza del egoísmo y de la soberbia hacen que engreídos y encerrados en nosotros mismos por temor y creyendo que la autoafirmación de si mismo está en clausura de si mismo terminemos como enrejados entre medio de nuestros tiempos, de mi organización, de mi planificación, de lo que yo tenía previsto sin apertura a la sorpresa que supone la demanda de los demás que nos piden y nos reclaman lo nuestro.


Pareciera que fuera guardándose en si mismo donde la sociedad de hoy nos invita a alcanzar los niveles más altos de felicidad confundiéndola con el placer y el gozo sin límites de todo lo que significa satisfacción y autosatisfacción. No es que la felicidad y el placer vayan alejadas unas de otras pero es posible ser feliz sin tener una vida placentera.


El Evangelio de hecho así lo proclama cuando dice que justamente por la Gracia de Dios en la propuesta de Jesús es posible ser feliz cuando se llora, cuando somos perseguidos, cuando pasamos situaciones límites de hambre. Podemos ser felices cuando luchamos por la justicia y la paz, cuando somos insultados, despreciados. La felicidad es posible también en medio de la lucha.


Y es verdad que ésta felicidad no carece de placer pero no es el placer la felicidad. No es en el goce donde encontramos la felicidad sino en todo caso la fuente de felicidad que está en la ofrenda de la vida trae aparejado también un cierto placer. La virtud, una persona es virtuosa cuando el obrar de una determinada manera lo tiene hecho carne en si mismo y nos permite reaccionar rápidamente sin que sea necesario todo un proceso para elaborar la reacción que tenemos que tener.


La virtud se adquiere siempre después de un largo proceso de trabajo interior, de esfuerzo por vencer las dificultades que impiden que nosotros obremos virtuosamente sobre todo aquellas que anidan en nuestro corazón como consecuencia de pecado.


Particularmente la concuspicencia de la propia carne que hace que implotemos más que explotemos en la ofrendas de la vida. Un trabajo fuerte sobre la propia naturaleza que tiende como a clausurarnos más que abrirnos a la entrega por la herida que ha dejado el pecado en nosotros hace que al final del proceso del trabajo sobre nosotros mismos obremos naturalmente como en una segunda naturaleza superando las dificultades que nos ofrece el límite de la propia vida y actuando como desde ese otro nuevo lugar que hemos adquirido por la Gracia de Dios y también como respuesta nuestra a lo que llamamos virtud y en éste sentido el que es generoso de una manera virtuosa no se ve desestabilizado cuando una vez que ha iniciado un proceso de planificación de su propia vida se ve interrumpido por el reclamo de alguien que le pide un poquito de su tiempo, de su dinero, de su conocimiento, de su atención, de su paciencia.


Justamente la persona es virtuosa cuando viéndose reclamada sin lo previsto reacciona de manera generosa en la ofrenda por una connaturalizad con el modo de respuesta a quien le reclama algo de lo suyo.


Ahí, cuando llegamos a ese punto en la entrega de la vida estamos justamente en el camino que nos conduce a la plenitud y a la felicidad. Esto de dar y dar con alegría que Dios nos invita en la persona de Jesús a tener como actitud a partir de ver su ejemplo, su testimonio y la ley que nos ha dejado como camino de la entrega de la propia vida al estilo suyo viene de la familiaridad de Dios.


Del Dios ser familia que nos quiere familiarizar con su modo y con su estilo. En Dios las personas se vinculan así, eternamente así. Entregándose y recibiéndose en plenitud sin reservas de nada siendo para las otras. El ser plenamente uno mismo brota del aprender ser plenamente para los demás. Aquí está el secreto del misterio que Jesús ha venido a revelarnos. Por eso el mandamiento del amor, el mandamiento de la entrega de si mismo es el mandamiento de la felicidad y la plenitud.


Esto nos asemeja a Dios porque en Dios las personas; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se entregan y se reciben mutuamente y eternamente todas ellas sin reservarse nada. En la dinámica del amor somos invitados a crecer en la generosidad para abrirnos a un encuentro con el Señor y con los demás que nos renueve.


La vida humana desde ésta perspectiva trinitaria de la que habábamos recién donde Dios nos invita a ser como El está creada para el encuentro, está hecha para la fraternidad. Por eso el mandamiento de Jesús: ámense unos a los otros como yo los he amado y cada vez que en esa perspectiva nos encontramos el cielo se abre y desciende sobre nosotros la Gracia de Dios que nos anticipa la eternidad.


Cada vez que nos encontramos percibimos el encuentro percibimos la presencia del Dios escondido que está latiendo con su llamado a ser uno con El .Cada vez que esto ocurre, lo que ocurre en realidad es que el cielo se anticipa.


Por eso pretender que uno va realizar escapando de los demás en realidad es un engaño. Ni siquiera los monjes tienen un ideal de aislamiento ya que el verdaderamente contemplativo desde su interioridad sufre con el dolor ajeno, eleva en la presencia de Dios la vida para ofrendarla por los demás, tiene también una vida en común que compartir con otros. Por hablar de un monje que estuviera resentido y busque a Dios para liberarse de los demás estaríamos en presencia de una falsa entrega.


Una persona que busca la felicidad en el spa, en la relajación, en la meditación pero sin terminar por amar de verdad a los demás lo que hace en realidad es engañarse porque está como atrofiando el llamado al encuentro que hay en lo profundo de cada uno de nosotros.


Todas las prácticas por buscar bienestar no son verdaderos caminos de liberación si no van de la mano, si no van acompañadas por una ofrenda clara de la propia vida. Por más que tengamos una dieta perfecta, por más que hagamos el ejercicio físico que hace falta para mantener el equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu, por más que tomemos contacto con la naturaleza y busquemos permanentemente modos de equilibrar la tensión con el descanso, uno no se siente bien en lo más hondo del corazón si tarde o temprano no termina de si mismo hacer una entrega, una ofrenda.


La meditación, el cuidado personal en la alimentación , el ejercicio físico, un buen descanso después de una fuerte tensión en el trabajo debe ir de la mano de lo del fondo del corazón que es reclamo para la ofrenda y para la entrega. Todo el cuidado que hagamos de nosotros mismos es para entregarlo mejor, no para guardarlo mejor, no para encerrarnos más, no para clausurarnos más.


Las relaciones humanas abiertas y generosas son indispensables para una vida sana. Yo en estos días esto mirando con admiración lo que ha generado los adolescentes en Argentina particularmente y se va transformando en un fenómeno que me parece que va a tomar otros pueblos. Las tribus urbanas que se construyen por internet en un espacio que en principio no favorece el encuentro porque empieza a ser por internet.


Empieza a ser mediado por una foto pero rápidamente la condición gregaria del ser humano pide más y entonces han buscado en esa necesaria búsqueda en la adolescencia de autoafirmación de si mismo en relación a los demás despegándose del vínculo paterno o materno han buscado los adolescentes la forma de encontrarse en algunos espacios, en una plaza, al frente de un shopping, particularmente en Buenos Aires y acá en Córdoba creo que también y en otros lugares, espacios físicos donde pueda producirse el encuentro.


Es una necesidad. En éste sentido el vínculo virtual jamás, enseña la Iglesia cuando habla de la comunicación social, jamás podrá remplazar en el proceso de transformación de la vida el encuentro interpersonal.


En el encuentro interpersonal se anticipa el cielo. El cielo es eso un lugar de encuentro. Es participar de ese eterno encuentro entre el Padre, Hijo y Espíritu Santo que sin limitaciones se entregan y se ofrendan todo sin guardarse nada y sin perderse en la entrega siendo cada uno una persona distinta. Siendo ellos mismos, lo son a partir de la entrega, la ofrenda y la recepción de la entrega y la ofrenda de todos y de cada uno en el misterio.


A eso somos conducidos y eso lo genera la fuerza del amor que empuja desde adentro. Jesús es lo que viene a proponer cuando dice vivan en el amor. Todo el secreto de la vida humana está contenido en éste lugar. En hacer un aprendizaje de la ofrenda de la propia vida. El saber expresarnos de tal manera que lo expresamos en nuestra palabra, en nuestro gesto esté significando lo más genuino que hay en nosotros de capacidad de entrega a los demás, particularmente aquellos con los que compartimos la vida sea que con ellos tengamos antipatías o simpatías.


El sol en realidad, dice Jesús, ha salido para todos. Para los buenos y para los malos, para los que son amigos nuestros y para los que no lo son. La entrega y la ofrenda de la vida que nace de un amor genuino que nos expresa entregándonos es lo que verdaderamente nos hace felices. Solo cuando se produce éste encuentro entre un yo y un tu surge lo que el corazón humano reclama para entenderse a si mismo, nosotros, Este es el misterio de Dios. Dios es nosotros, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y en lo más hondo del corazón humano hay un anhelo de nosotros, hay un reclamo de nosotros. Esta persona llamada nosotros está surgiendo como desde lo más íntimo de nuestro ser como un grito y hay que aprender a escuchar éste grito. Le vamos dando respuesta a el, vamos calmando esta necesidad de pertenecer cuando nos abrimos y nos encontramos por el amor con los demás


Green biógrafo de la vida de San Francisco de Asís cuenta aquella historia reconocida por las biografías más fieles a la vida de Francisco donde aparece Francisco junto con otros frailes haciendo largos ayunos en Rigotorto.


Una noche mientras duermen Francisco oye los lamentos de un hermano que gime. Se levanta y le pregunta ¿que te pasa hermano? Lloro porque muero de hambre respondió.


Entonces allí es cuando aparece el mejor Francisco de Asís. Despierta a los demás hermanos y les explica que el ayuno está muy bien pero no pueden dejar que el hermano se muera de hambre y como tampoco deben dejar que sufra la vergüenza de comer el solo es necesario que todos los compañeros se levanten y se pongan juntos a comer junto con el.


El hambre del hermano cuenta Grün de golpe se convirtió en una fiesta aunque la comida estuvo compuesta solo de pan y unos pocos rábanos pero bien regados por la alegría común. Este es el verdadero cristianismo. Está bien el ayuno y está bien dar de comer al hambriento pero está mucho mejor compartir juntos en el encuentro de lo que tenemos y hacerlo con el don de la alegría. No solamente dar y darnos, ofrecer y ofrecernos. La vida está hecha para esto pero no solamente para hacerlo de cualquier modo sino aprender a hacerlo con alegría. Cuando damos con una sonrisa damos de la mejor manera.


Teresa de Calcuta cuando entra en la oscuridad de la noche oscura de la fe cuenta que aquella hondura de dolor que había en su corazón lo transformaba rápidamente en una sonrisa de tal manera que aun sabiendo que Dios veía lo profundo de su dolor no quería que cuando se encontrara con ella no hubiera una sonrisa con la cual pudiera hacer la mejor ofrenda de si misma. No solamente alegre para los demás sino trabajar la alegría, decía Teresa de Calcuta, desde la oscuridad para el mismo Dios. Esta es la bienaventuranza. Felices los que lloran, los que trabajan por la paz, los que se ven perseguidos, calumniados a causa del anuncio del Reino. Felicidad y alegría en medio del dolor. Felicidad y entrega en medio del sacrificio pero no sobre lo esforzado que sino en la naturaleza donde se esconde la verdadera felicidad. En la entrega, en el darnos para el encuentro.


Padre Javier Soteras

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